lunes, 17 de septiembre de 2018

LA EDAD DE LA INOCENCIA DE EDITH WHARTON

Resultado de imagen de EDITH WHARTON Inauguramos nuestro ciclo del Club de Lectura "Retazos de Historia Norteamericana a través de su Literatura" con una de las grandes damas de la literatura norteamericana: Edith Wharton.

Nuestra autora, nacida en 1862, escribe La edad de la inocencia en 1920 en París, donde se había instalado después de la Primera Guerra Mundial. Como ya sabemos, la Primera Guerra Mundial fue un auténtico tsunami en las artes, en todas, incluida la literatura, de hecho la fecha canónica para la aparición de las vanguardias es 1922 pero, también lo fue en las conciencias puesto que la Gran Guerra fue, sobre todo, el fracaso de las antiguas generaciones frente a las nuevas. No me cansaré de recomendaros, una vez más la lectura de El Mundo de Ayer. Memorias de un Europeo de Stefan Zweig, una figura que, a medida que avanza el siglo, cobra cada vez más importancia, no solo porque representa la figura trágica del intelectual en una época con muchas concomitancias con la nuestra, sino también por lo certero de sus análisis. No descarto que lo leamos en cualquier momento y le dediquemos un seminario a Stefan Zweig. Es una lectura absolutamente obligatoria.

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Edith Wharton decide auto-exiliarse en París tras haber sufrido algunas pérdidas considerables. En primer lugar, la separación de Teddy Wharton, marido neurasténico e insufrible, muy celoso del éxito literario de su mujer y, en segundo lugar, y me atrevería a decir que fue la pérdida más importante, el fallecimiento de Henry James, uno de los más queridos amigos de nuestra autora y, probablemente, el que más le influyó literariamente. No es difícil entrever la enorme influencia de Henry James sobre Edith Wharton, el protagonista de La edad de la inocencia se llama Newland Archer, el cual comparte apellido con otro ilustre personaje literario, Isabel Archer, la protagonista absoluta de Retrato de una dama de Henry James, otro de esos libros imprescindibles en la vida de cualquier lector que se precie.

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Aunque ciertamente Henry James sea más moderno en su concepción literaria y sus personajes, infinitamente más ambiguos y moralmente dudosos que los de Edith Wharton, ésta último supo retratar como nadie una sociedad que se acababa. La Edad de la Inocencia es un libro luminoso, con personajes definidos, siendo además un retrato social exento de la fascinación por los ricos de un Scott Fitzgerald pero de una objetividad y sequedad implacables. Nadie puede escapar del microcosmos social que describe Wharton. Solo hay dos salidas, o adapatarse o morir abrasado, no hay alternativa posible.

El libro, escrito en 1920, fue Premio Pulitzer, el primero que se otorgaba a una mujer. Hablaremos con detenimiento de los premios Pulitzer porque son premios exquisitos, de una gran exigencia literaria y, en este curso, vamos a leer unos cuantos.

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Edith Wharton, viviendo en París, de luto por la muerte de su amigo Henry James, abrumada por su fracaso matrimonial y horrorizada por la muerte y destrucción ocasionadas por la Primera Guerra Mundial, decide huir al pasado y situar la acción de su novela en el Nueva York del siglo XIX, opulento pero pacato y aburrido. Edith Wharton conocía como nadie ese ambiente opresivo porque había nacido y se había educado en su seno, una sociedad donde cualquier gesto podía significar una caída en desgracia o un ascenso social, donde la educación enmascara una violencia siempre latente, donde las buenas maneras y la contención de los sentimientos son la única acción posible. Eso sí, la sumisión a las reglas del linaje y a los rituales sociales confieren una serie de privilegios materiales muy notables, además de una cierta protección frente a los avatares de la vida. Julius Beaufort, y sobre todo su mujer, pagarán un precio muy alto por su desafío al férreo código social. Tendremos ocasión de hablar de todo ello y de mucho más en nuestra próxima sesión.

Martin Scorsese llevó a la pantalla La edad de la inocencia y lo hizo muy bien. Veremos esta película en el Cine-club pero para aquéllos que no podáis venir, os dejo el tráiler. La película está primorosamente ambientada y el trío protagonista, Winona Ryder como May Welland, Daniel Day-Lewis como Newland Archer y Michelle Pfeiffer como la condesa Olenska están perfectos. No obstante, quisiera resaltar el extraordinario trabajo de Winona Ryder, probablemente el personaje de May Welland era el más difícil de encarnar por ser la personificación de los códigos sociales impuestos y lo hace como nadie. Una película estupenda.


Edith Wharton fue una escritora muy prolífica, en su última etapa, llegó incluso a escribir un libro sobre un incesto entre padre e hija, Beatrice Palmato, de fuerte carga erótica pero que no llega a la altura del resto de su producción literaria. 

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También se interesó mucho por los fantasmas pero sin llegar a recrear esa atmósfera desasosegante y ambigua de Henry James. Sin embargo, sus cuentos son buenísimos, auténticas joyas de finura y matices que tenemos la suerte de poder leer gracias a la excelente labor de la editorial Páginas de Espuma que los ha publicado este año. Mi recomendación personal a vosotros, que formáis parte de un Club de Lectura y con muchas horas de vuelo en esto de leer, id a las librerías, curiosead, no hay nada mejor que pasar unas horas entre libros, y si caéis en la tentación, qué se le va a hacer... como dijo Oscar Wilde, "es la única manera de combatirla"....

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Edith Wharton escribió, en mi opinión, dos obras maestras además de La edad de la inocencia, son Ethan Frome y La casa de la alegría (The House of Mirth).

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Ahora que tanto se habla del género, de mujeres que escriben para mujeres, del punto de vista femenino, con respecto al masculino, cuando no del andrógino, me acuerdo mucho de las y los escritores del siglo XIX que, siendo hombres o mujeres, supieron recrear el mundo de los hombres y las mujeres de su época para denunciar, de manera mucho más efectiva la opresión de los sexos y muy especialmente del sexo femenino. Echo mucho de menos en los movimientos "Metoo" y feministas actuales las referencias literarias correspondientes que, sin duda, darían mayor peso a sus argumentos.

Edith Wharton, mujer extremadamente inteligente, educada con todos los códigos y las convenciones sociales de su época, supo describir en Ethan Frome, un triángulo amoroso entre Ethan, su mujer Zeena y la prima de ésta, Mattie que vive con la pareja para ayudar en las tareas de la casa a Zeena, quien está enferma. Ethan se volverá loco de amor por Mattie. Pero, lo que podría haber acabado en un dramón de no te menees, es, gracias al inmenso talento de nuestra autora, un retrato social, y no precisamente de la clase alta, de una pequeña ciudad imaginaria de Nueva Inglaterra, Starkfield,. Es ésta una obra que coincide con la excelente tradición americana del paisaje, una constante en la literatura de este país, y es que la naturaleza en los Estados Unidos es apabullante por su grandeza en el sentido metafórico y literal. Pero, esta novela no sería lo que es sin ese análisis implacable del deterioro del amor conyugal y, cómo no, sin la descripción de una pasión volcánica que arrastrará sin remedio a los tres protagonistas de nuestra historia, con resultados inesperados. 

Es una obra maestra, alejada de los círculos exquisitos y frívolos de Nueva York o Boston pero, en su contención, en sus diálogos y en sus brillantísimas metáforas paisajísticas, encontramos a una autora en plena posesión de su talento y de sus facultades literarias. No podéis perderos Ethan Frome!!!

Hay película pero confieso no haberla visto por lo que no me permitiré hacer ningún comentario, aunque no sé cómo se puede trasladar a la pantalla el maremágnum interior de los personajes. Dejo el trailer para los cinéfilos de pro que en este Club somos muchos.


La casa de la alegría es otra obra maestra de Edith Wharton. Este libro fue un enorme éxito cuando se publicó y precipitó, sin duda, la ruptura matrimonial de Edith.

La protagonista de La casa de la alegría es Lily Bart, una mujer de veintinueve años, soltera pero que desea triunfar socialmente. Su objetivo es, pues, casarse con un hombre rico que le permita introducirse en los mejores ambientes de Nueva York, ya sabemos que el matrimonio era la única manera. Pero, Lily está enamorada de Lawrence Selden, un hombre de condición modesta, que le corresponde pero que acabará por considerarse despreciado. Además del freno que el amor por Lawrence representa, Lily es una mujer indecisa, carente de lo que hoy en día llamaríamos inteligencia emocional, lo que le lleva a dejar pasar varias oportunidades de matrimonio, en su convencimiento de que puede encontrar algo mejor, además de cometer algunas torpezas sociales que la condenarán al ostracismo social. A medida que discurre el libro, Lily acaba integrándose en la clase obrera antes de morir debido a una sobredosis de un medicamento para dormir.

Lily Bart es guapa, divertida y tiene todos los requisitos para triunfar en la sociedad neoyorquina, que ya ha hecho el cambio que se advierte en La edad de la inocencia, es decir una cierta apertura social a aquellos que no tengan un apellido de linaje y que no dispongan de muchos medios económicos. Sin embargo, Lily fracasa en su intento de ascenso social por su interés exacerbado en lo material, olvidando el verdadero amor en el camino y, al mismo tiempo siendo muy consciente que Lawrence es su mejor opción y, probablemente, la que más desea. Su alianza financiera con un hombre casado que la traicionará y la expondrá a las iras de la alta sociedad marcará el fin de Lily ya que no puede resignarse a no pertenecer nunca más a esa categoría social a la que aspiraba.

Lily Bart es un personaje equiparable a Isabel Archer pero ésta última, que también comete errores de bulto a la hora de enjuiciar a las personas tiene a su favor su dinero que no la libera realmente de su condición de mujer pero le permite salir algo más airosa, aunque poco, en la consideración social.

Os recomiendo de todo corazón que leáis La casa de la alegría ya que, es ante todo, un análisis psicológico profundo y devastador de las zonas oscuras del alma humana que nos impiden alcanzar una felicidad que está, muchas veces, al alcance de nuestra mano.

Hay película, y está muy bien, aunque un poco fría y distante con respecto a este personaje lleno de tensión, que se pasa la vida buscando la felicidad que cree ofrecen las cosas materiales pero cuya inteligencia y sensibilidad le impiden tener el suficiente cinismo para llegar a sus fines.

Una película, no obstante, muy bien hecha, muy bien filmada, con una ambientación perfecta y unos actores excelentes, aunque un poco fría en mi opinión. Dirigida por Terence Davies con Gillian Anderson, Dan Ackroyd y Laura Linney. Aquí el tráiler.




NEW YORK, NEW YORK


Nueva York, ciudad mítica, la más cantada, la más admirada, la más amada y la más odiada... Nueva York es tan protagonista de La edad de la inocencia como sus propios protagonistas. No vemos en nuestro libro la ciudad cosmopolita, arriesgada, complicada, conflictiva, arrasada que el escritor afroamericano Teju Cole nos muestra en su magnífico libro Ciudad abierta pero Nueva York se ha ganado por méritos propios el premio de ciudad más literaria del mundo y no son pocos los escritores que le han rendido homenaje, aún vilipendiándola. Y es que la amas o la amas....

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Uno de los escritores de los que hablaremos en este Club de Lectura es Paul Auster cuyos lazos con Nueva York son indisolubles. Es un neoyorquino de pro, nacido en Newark y, aunque suene un poco manido, creo que es el escritor más europeo de Norteamérica, primero por su rendida admiración hacia, por ejemplo, la cultura francesa, habla muy bien francés y es un auténtico mito en Francia y, en segundo lugar, por ese sesgo vanguardista que imprime a sus obras, lo que le aleja bastante de la escritura norteamericana cuya fidelidad al realismo es herencia de un autor que comentaremos en este Club de Lectura, Theodore Dreiser.

Paul Auster ha escrito La trilogía de Nueva York, compuesta por tres relatos de corte policíaco que entre mezcla de realidad y ficción, logran transmitirnos una imagen nebulosa y misteriosa de una ciudad que se presta a todas las interpretaciones. Una excelente lectura.

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Para comprender el amor y la inspiración que Nueva York representa para Paul Auster, lanzaos a leer 4,3,2,1, su último libro, mil páginas y cuatro historias diferentes. Un auténtico tour de force literario pero un estilo muy realista, una novela que mezcla historia y ficción y nos brinda el mejor fresco de Norteamérica que yo haya leído hasta la fecha. Si se logra entrar, el gozo es infinito...

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Garth Risk Hallberg, uno de los novísimos, junto a Teju Cole, del que he hablado más arriba, publicó en 2016 Ciudad en llamas, otro tocho de novecientas páginas, llamado a ser la nueva "gran novela americana" pero que se quedó un poco corta en el intento. No obstante, es una novela poderosa, que retrata con mucha inteligencia la Nueva York de los años 80 y que os recomiendo para cuando tengáis tiempo. Como podréis comprobar a lo largo de este Club de Lectura, las novelas norteamericanas, menos de cuatrocientas páginas, lo llevan regular, aunque veremos excepciones.

En la foto, primero Garth Risk Hallberg y luego Teju Cole.

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El recientemente fallecido Tom Wolfe nos brindó un retrato de Nueva York nada complaciente en su ya canónica novela La hoguera de las vanidades. Ahí sí que la Nueva York de los "yuppies", expresión muy ochentera, era mostrada en toda su crudeza y miseria. Tom Wolfe demostró en esta novela la futilidad del dinero y su inutilidad cuando las circunstancias se combinan para que la vida devenga imposible, y sino que se lo preguntan a Sherman McCoy, protagonista absoluto del libro y uno de los personajes más brutales que haya salido de la imaginación de un escritor. Una novela satírica, cruel pero magnífica. De lectura obligatoria

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La película homónima tuvo un éxito planetario y contribuyó de manera decisiva a la fama de Tom Wolfe pero, como suele pasar, todo el mundo ha visto la película y nadie ha leído el libro. En el Club de Lectura hacemos las dos cosas. Tráiler seguidamente.

https://www.youtube.com/watch?v=ZYZ4jsHCbCc

Y, para acabar, un inmenso poeta español que alucinó  con esta ciudad, me estoy refiriendo, cómo no, a Federico García Lorca que tras su paso por Nueva York, se dejó de colores y flores andaluzas para adentrarse en la vanguardia más absoluta, con Poeta en Nueva York, Federico García Lorca nos muestra fascinación y repulsión a partes iguales por una ciudad ruidosa, desigual, injusta, malvada pero por ello mismo fascinante, hipnótica. Si Federico García Lorca tenía ya una conciencia política desarrollada, esta estancia en Nueva York constituyó su toma de conciencia  definitiva.

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Oda al rey de Harlem


   Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.

   Fuego de siempre dormía en los pedernales
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.

   Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.

   Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.

   Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.

   Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente,
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.

   ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
¡No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero con un traje de conserje!
*  *  *

   Tenía la noche una hendidura
y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre
y los muchachos se desmayaban
en la cruz del desperezo.

   Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata
junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón,
por las heladas montañas del oso.

   Aquella noche el rey de Harlem,
con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.

   Negros, Negros, Negros, Negros.

   La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de Cáncer.

   Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo,
cielos yertos en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.

   Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.

   Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.

   Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.
*  *  *

   Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.

   Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.

   El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos sin una sola rosa.
*  *  *

   A la izquierda, a la derecha, por el Sur y por el Norte,
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.
El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.

   Negros, Negros, Negros, Negros.

   Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.

   Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.

   ¡Ay, Harlem disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado,
cuyas barbas llegan al mar.

Ciudad sin sueño


Nocturno del Brooklyn Bridge

ArribaAbajo   No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

   No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

   No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

   Un día
Los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

   Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aun andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

   No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

Siguiendo nuestro lema del Club de Lectura,

¡¡¡¡PARA DISFRUTAR SIN MODERACIÓN!!!!